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  • Foto del escritorAron Morales

Pedagogía de la Historia (o lo que sea)


Para un historiador o historiadora, resulta casi motivo de excomunión el observar como casi a diario aficionados a la Ciencia de Clío se refieren categóricamente ante cualquier acontecimiento del pasado desdeñando cualquier principio mínimo del método al que nosotros llamamos "histórico". De la misma forma, para un Filólogo, puede resultar insultante que alguien que ha pasado tres meses - o un año, o diez - viviendo en un país extranjero, se intitule como experto en el idioma.


En el terreno de la educación, en los edificios donde trabajan los profesores y maestros,  sin embargo, se produce y se alardea de un intrusismo despiadado a diario, olvidando aquel principio que estas gentes versadas en materias de índole variada, seguramente aprendieron en su "formación científica", denominado "espíritu crítico" y que, las menos de las veces, se aplica a la imagen que nos ofrece cualquier espejo.

Quizás el modelo de acceso a la función pública de la educación existente en nuestro país, es el responsable de que individuos con una indudable carga formativa detrás, se conviertan en expertos enseñantes tras acudir, con mala suerte, un fin de semana a Madrid (CAP), tres meses de clases concentradas del Certificado de Cualificación Pedagógica, o con peor suerte, un año al Master de Formación del Profesorado...


Esa autoridad es con la que nos enfundamos la armadura de profesores y profesoras, y nos atrevemos a discutir y cuestionar a los especialistas de la <<Ciencia que se ocupa de la educación y la enseñanza>>, o pedagogos, enarbolando como bandera la falta de experiencia directa en el aula, la facilidad y comodidad existente en los espacios teóricos de reflexión de los mismos, como si nosotros para hablar y enseñar sobre el Paleolítico hubiéramos pasado 5 años excavando en Atapuerca.


Es indudable la efectividad que las metodologías activas y los nuevos enfoques pedagógicos están teniendo y, si bien se ha demostrado que los resultados son suficientes para superar un modelo educativo que hemos heredado de la llustración, caduco por no representar ni las realidades ni los intereses sociales de nuestra época. Sin embargo,  todavía abundan detractores de los mismos. Profesores que se abrazan al método expositivo tradicional, quizás por confiar en su efectividad, quizás por comodidad, quizás por miedo, quizás por incompetencia y falta de vocación docente.


La crisis de la sociedad que algunos de estos individuos atestiguan, puede no radicar en las nuevas formas de aprender que se están impulsando por las nuevas pedagogías. Cabría la posibilidad de, usando el símil de la Arqueología, buscar en una capa estrátigráfica inferior y ver si es un mal general de la sociedad que poco tiene que ver con la labor docente dentro del aula. Quizás habría que iniciar un proceso de reflexión que considerara si históricamente para cada generación la posterior ha sido revisada con tintes pesimistas y, el futuro, o " esos jóvenes que nos están viniendo a las aulas", no son tan diferentes de lo que éramos nosotros y de cómo nos veían los que pisaban el mundo antes de llegar nosotros. Otra posibilidad sería que el alumnado simplemente tuviera unos intereses y valores diferentes -no mejores, ni peores- a los nuestros, como los propios de nuestra época diferían de os de la generación con la que aprendimos.


Y en este contexto, los partidarios de estas nuevas formas de aprender, tenemos que lidiar con un ataque a nuestra práctica, unas situaciones en las que, desde la altanería y el abrigo de la experiencia, se nos acusa de "demasiado innovadores", de diseñadores de "prácticas irrealizables" y de "inexpertos docentes" como justificación para las situaciones complicadas que se  nos presentan o como justificación para la posición en la que nos situamos.


Ni blanco, ni negro. Como todo, es cuestión de opiniones, y la práctica docente no esta libre de subjetividades.


Consideremos que todos los profesores y profesoras partimos de una meta común: que nuestro alumnado aprenda - aunque puedan existir excepciones que no se conozcan porque para el acceso a nuestra profesión no se requiere ningún informe psico-técnico que así lo reconozca. Pero, suponiendo que esto fuera así, es claro y definitorio que alguien que no siente vocación e ILUSIÓN por generar y facilitar el aprendizaje, que no se recicle y actualice con las nuevas tendencias existentes en su práctica profesional, no debería ejercer.

Se trata de exigir lo mismo que exigiríamos a un médico, o cualquier profesional de otro ámbito. Más aún cuando nuestros "clientes" son portadores de corazones y mentes permeables, influenciables y delicadas.


Yo, por lo pronto, tengo claro que, el día en el que esa ilusión y las ganas de innovar se me agoten, por coherencia y respeto a la profesión y al alumnado, borraré la pizarra, apagaré la luz del aula y marcharé a dedicarme a otra cosa.





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